Fuente: ABC
La famosa lluvia de estrellas de las Leónidas
está al llegar. El máximo de su actividad está previsto para la noche
del 17 al 18 de noviembre, cuando se espera un número similar a 100 meteoros por hora. No obstante, el 17 de noviembre coincide exactamente con la Luna llena, por lo que la visión del máximo será imposible.
La lluvia dura entre el 6 y el 30 del mismo mes, con mayor intensidad del 10 al 21 y durante estos días se podrán observar unos 20 meteoros por hora,
por lo que es conveniente observarla en su inicio y en su final,
evitando así la luz de la Luna. En cualquier caso, este tipo de lluvia
de meteoros o de estrellas fugaces siempre es sorpresiva y puede durar más tiempo del esperado.
Los meteoros suelen ser de color rojo, aunque las estelas
que dejan en el firmamento y que pueden perdurar durante segundos o más
de un minuto, pueden ser de color verde. Viajan a 71 km/s.
El radiante, o el lugar de dónde parecen partir las estrellas fugaces, se localiza en la constelación de Leo.
Esta constelación comienza a salir sobre el horizonte sobre la 1 de la
madrugada a primeros de noviembre y sobre las 23 h a finales de mes. El
planeta Marte, una estrella brillante de color rojo, permanecerá bajo
esta constelación por lo menos hasta mediados del mes de noviembre.
Comparable a fuegos artificiales
La lluvia de las estrellas meteoros (o lluvia de estrellas
fugaces), que denominamos Leónidas ha venido siendo, en ocasiones y
desde hace cientos de años, un fenómeno de tal magnitud, que el público
en general y los estudiosos de los fenómenos celestes, han quedado
impresionados y desconcertados durante algunos años en los que fue un verdadero espectáculo, que en ciertos momentos, fue comparado con fuegos artificiales.
Las lluvias de estrellas fugaces, de las que se conocen más
de 140 al cabo del año, son en realidad pequeños fragmentos (rocas y
hielo) que entran en nuestra atmósfera de cuerpos estelares procedentes
en su mayoría de los denominados cometas.
Los cometas, que son rocas envueltas en hielo, de muy
diversas medidas, que van desde pocos cientos de metros de diámetro
hasta varias decenas de kilómetros, en sus aproximaciones al Sol, e
incluso cuando rebasan la órbita de Júpiter y se dirigen hacia el
Sistema Solar interior pasando por Marte, la Tierra, Venus y Mercurio,
se desprenden de pequeños trozos de hielo y pequeñas rocas de su
superficie, debido al calor que empiezan a recibir del Sol, provocando una enorme cola de gas u polvo de millones de km de
longitud. El hielo de su superficie se sublima y esto provoca
reacciones y transformaciones en el cometa, en ocasiones incluso llegan
los cometas a fragmentarse por completo y desaparecer con el tiempo.
Todas estas partículas, en su mayoría, diminutas, quedan
flotando en el espacio coincidiendo con la órbita del cometa, y son de
muy diversos tamaños, es decir, se va ensuciando de esta materia “la
carretera” (órbita) por la que pasa el cometa. Si la Tierra en su órbita
alrededor del Sol, atraviesa esa “carretera”, comienza el espectáculo.
Decenas, cientos o miles de pequeños objetos no mayores de
un grano de arroz, chocan con nuestra atmósfera, algunos a velocidades
de hasta 71 km/s, a tal velocidad, tanto los pequeños trozos de hielo y
rocas y debido a la fricción con nuestra atmósfera, se desintegran en su
mayoría, dejando ver en ocasiones y dependiendo del tamaño del objeto,
una luz brillante que corre por el cielo y hay momentos en los que son
tan espectaculares, que podemos oír un silbido, incluso el destello puede ser tan poderoso, que en un instante se ilumine el suelo, o prácticamente se haga, por un sólo instante, de día.
Este último caso no es corriente, pero ocurre, como ocurrió el 18 de
noviembre de 2009 en Utah, el meteoro que iluminó la ciudad de Madrid en
2012 o el meteoro de 500 kg de peso que cayó el pasado febrero en los
Urales provocando daños a la población y en los edificios.
Las tormentas meteóricas
Lo curioso de la Leónidas
es que los restos que deja el cometa Tempel-Tuttle 1866 I y que
atraviesa la Tierra el 17 de noviembre, no están distribuidos en la
órbita de forma uniforme. Si así fuera, todos los años podríamos contar
más o menos con el mismo número de estrellas fugaces por hora, pero esto
es lo mejor. Hay años en los que la Tierra atraviesa los restos de este
cometa y se encuentra con las partículas mayores y si además el número
es más abundante, nos encontramos con una verdadera “lluvia de fuegos artificiales”, que llamamos tormentas meteóricas. Por ello, los estudiosos del cielo no dejan de mirarlo el 17 de noviembre de cada año.
La sorpresa puede ser mayúscula. Para entender estas
tormentas de meteoros, tenemos que imaginar un collar con algunas
perlas. El hilo del collar sería la órbita del cometa y las partículas
que deja tras de sí, pero sin ser muy abundantes, la Tierra atraviesa
esas partículas todos los años sobre el 17 de noviembre. Las escasas
perlas serían los espacios más nutridos de partículas, en las que el
cometa ha sufrido “convulsiones” debido a su aproximación al Sol y ha
expulsado al espacio una mayor masa del mismo. Es ahí, cuando la Tierra
atraviesa esas “perlas”, cuando se producen las tormentas meteóricas
cada 33 años aproximadamente y esto es lo más típico de las Leónidas.
Bolas de fuego
Y ya contamos desde el lejano pasado con sorprendentes
declaraciones de aquellos que tuvieron la oportunidad de verlo. ¿Han
imaginado ver estrellas fugaces del tamaño y brillo de la Luna llena
(denominadas bolas de fuego)? Pues es esto lo que cuentan miles de
testigos, que habitaban la parte más septentrional del hemisferio norte,
en una noche de noviembre de 1799. Imagínense el pensamiento que
podrían tener aquellos habitantes de tierras tan extrañas como
Groenlandia... Pensarían tal vez en un castigo divino o en el propio fin
del mundo. Ahora, gracias a la ciencia y al conocimiento que tenemos
sobre el Universo, podemos decir que es un hecho natural. Aquellos
lejanos observadores contemplaron más de 1.000 estrellas fugaces por hora y además caían de forma incansable durante más de 4 horas.
Estas escalofriantes lluvias de estrellas fugaces se repiten, según los testigos y las crónicas que nos han dejado, cada 33 años.
Así pues, cada 33 años pasamos por el lugar más denso de detritos que
ha ido dejando en su órbita el cometa Tempel-Tuttle, aunque no siempre
ocurre así y las sorpresas pueden llegar antes de este período.
Así que tras el año 1799, habría que esperar hasta el 1833,
en esta ocasión, los afortunados de otra deslumbrante visión, fueron
los ciudadanos de América, principalmente aquellos que habitaban en la
costa oeste. 1833 es una fecha relativamente próxima en el tiempo.
Aquellos miles de observadores, quedaron atónitos ante otro prodigio del
firmamento. Las Leónidas ya no se contaban como un millar, tal como
ocurrió hacía 33 años, sino se contabilizaban por cientos de miles, más de un cuarto de millón de estrellas fugaces caían desde el cielo.
Aquel evento no fue comparado con cohetes artificiales, ganó en magnitud y en grandiosidad y se habló de que se trataba de una nevada. Algunos testigos que no conocían el evento, salieron de sus casas a las 3 de la madrugada asustados por la poderosa luz que se veía tras sus ventanas,
narraban que la claridad que les llegaba del exterior era como si
tratara de la luz del Sol. Cuando salieron de sus hogares y miraron
hacia arriba, pudieron ver lo que muchos describían como el fin del mundo:
“las estrellas se caían del cielo en enorme número y brillo”. Los
gritos de algunos vecinos alertaron a otros y sin saber que la lluvia
iba a acontecer, fue una de las lluvias más vistas de la historia. Hay
cientos de testimonios que justifican la aparición de estrellas fugaces
tan grandes como la Luna llena, pero aquellas luces que la mayoría de
las personas desconocían su procedencia y su naturaleza, se siguieron
viendo durante gran parte del día siguiente a la luz del Sol.
La lluvia de 1866 fue otro grandioso espectáculo de las Leónidas, contabilizándose más de 6.000 estrellas fugaces por hora,
muchas de ellas de gran intensidad y colorido, no defraudó a nadie de
los que pudieron contemplarlo, aunque fue menos intensa que las dos
anteriores, estuvieron ante algo que es prácticamente inenarrable.
Efecto de los planetas gigantes
Pero las esperadas tormentas meteóricas posteriores a 1866 y
hasta 1933 no fueron para muchos lo que se esperaba. Algo había
cambiado. Tengamos en cuenta, que los cometas son cuerpos menores del
Sistema Solar, y con frecuencia y debido a la gravedad de los planetas
dominantes como Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno,
son desviados de sus órbitas iniciales para conseguir otras
trayectorias. Nuestro cometa pasa por las órbitas de los tres primeros
planetas señalados, y el enjambre principal de los restos del cometa
Tempel-Tuttle, fue desviado a más de tres millones de km de la Tierra,
por lo que ahora, nuestro planeta en su movimiento alrededor del Sol, no
coincidía con el enjambre principal, sino con los restos de partículas
dejadas por el cometa que eran normales en número y tamaño, por eso las
lluvias de 1899 y 1933 fueron también normales, aunque dentro de la
normalidad, la de 1933 fue en cierta medida intensa, contándose hasta
200 meteoros por hora.
Por aquella modificación y debido a la atracción gravitatoria planetaria, ya no es fácil predecir el futuro de la lluvia de las Leónidas.
De hecho, el cometa, según Leverrier, tenía en un principio
una órbita parabólica, pero un sobrevuelo por las proximidades de Urano
cerró dicha órbita, en el año 126, haciendo que el cometa se paseara
por las órbitas de Urano y la Tierra de forma incansable, provocando la lluvia de las Leónidas.
Miguel Gilarte Fernández es director del Observatorio Astronómico de Almadén de la Plata en Sevilla y presidente de la Asociación Astronómica de España.
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