Han sido indispensables para la Física actual, experimentos que por su sencillez
resultan ser los más bellos de la historia según la encuesta que
realizó Robert Crease en 2002. El catedrático Miguel Cabrerizo los
recrea en su Departamento de Física Aplicada de la Universidad de Granada.
Todos caben en un laboratorio de pocos metros cuadrados porque su
grandeza -algunos han sido fundamentales para medir la circunferencia de
la Tierra, deducir el movimiento gravitatorio de los planetas o
demostrar que algo existe aunque no podamos verlo- radica en que cambiaron la mentalidad científica de hace cientos de años con muchísima inteligencia y muy pocos recursos.
A Galileo, Eratóstenes y Newton les bastaron elementos tan simples como las tripas de gato (un material que se utilizó para hacer cuerdas de guitarra), una simple varilla o un juguete popular allá por el siglo XVII, el prisma, para cambiar la visión del mundo.
Médico, científico y matemático, a Thomas Young además de los jeroglíficos egipcios le obsesionó demostrar la naturaleza ondulatoria de la luz.
Para este experimento sólo necesitó una fuente de luz y dos rendijas.
La sombra que deja un haz de luz a través de una rendija reproduce la
forma de la rendija aunque con un borde difuso por la difracción de la luz
(desviación del rayo luminoso al rozar el borde de un cuerpo opaco). Lo
mismo ocurrirá a través de una segunda rendija si la tapamos con un
dedo. Sin embargo, si son dos las rendijas abiertas, la sombra
resultante es un patrón de zonas brillantes y oscuras por la
interferencia entre las ondas.
Claus Jönsson repitió el experimento de Young cambiando la luz por un haz de electrones.
¿Podía comportarse una partícula como una onda de luz? Si se lanzan
partículas de una en una a través de una rendija se formará una mancha
semejante a su sombra. Lo mismo ocurrirá con una segunda rendija muy
cercana a la primera. Pero al abrirse las dos, lo que se observa no es
la superposición de dos manchas, sino otro patrón de interferencias como
ocurría con la luz. La explicación es que la partícula se comporta
también como un paquete de densidad de probabilidad que puede pasar por
las dos rendijas a la vez y que interacciona consigo misma. Este efecto
obedece a las leyes de la mecánica cuántica y está considerado como el más bello de todos los experimentos en la encuesta de Crease.
Basado en el principio del arco iris, donde las gotas de agua suspendidas en el aire hacen las veces de prismas esféricos,
Isaac Newton utilizó un prisma de vidrio, preparó una habitación a
oscuras donde entraba por un agujero de la ventana un único rayo de luz
solar, colocó el prisma delante del rayo de modo que se reflejara en la
pared opuesta, a 7 metros, y consiguió que en la pared apareciesen los
colores del arco iris. Al hacer pasar la luz por un prisma de cristal,
las distintas longitudes que componen el haz de luz
viajan dentro de él a diferente velocidad y se curvan al entrar y al
salir dando como resultado un haz desviado de la dirección inicial y con
sus componentes separados.
Dice la leyenda que Galileo subió a lo alto de la torre de Pisa y dejó caer dos objetos, de diferente forma, tamaño y masa. Pero el científico despreció el efecto viscoso del aire. La aceleración de la gravedad,
como cualquier otra aceleración, es independiente de la masa (inercia) y
la gravedad no es la única fuerza que actúa sobre un cuerpo en caída
libre. Existe otra fuerza que se opone a la caída, y es el rozamiento del aire. Lo que demostró Galileo es que en todos los cuerpos la aceleración de la gravedad es igual sin importar su peso.
El estadounidense Robert A. Millikan demostró en su experimento de la gota de aceite que los electrones poseen una carga eléctrica definida
y además consiguió medirla. Usando un atomizador de perfume desparramó
gotitas de aceite dentro de una cámara transparente. Basta dispersar un
aerosol cargado negativamente en aire y someterlo a una diferencia de
potencial que puede cambiar de signo. Observando la velocidad terminal
de las gotitas del aerosol se puede medir la carga de cada gota. Esto permitió observar que todas esas cargas (no nulas) eran múltiplos enteros de otra.
El físico y químico británico demostró que la escala no importa y determinó que la densidad de la Tierra era 5,45 veces mayor que la densidad del agua, hoy en día se sabe que es sólo un poco mayor (5,5268 veces). La constante universal de gravitación
permite predecir el movimiento planetario, el de las galaxias, el de
una manzana en caída libre en la Tierra o en cualquier otro planeta. Por
ello se puede medir a escala de laboratorio, midiendo
la fuerza gravitatoria entre dos objetos de masas conocidas y a
distancias conocidas. Ya que esta fuerza es muy pequeña, debe utilizarse
un instrumento con sensibilidad suficiente como una balanza de torsión equilibrada, donde las fuerzas se traducen en desplazamientos angulares.
Galileo no tenía cronómetros ni fotodetectores pero sí un buen sentido del ritmo.
Un objeto móvil describiendo un movimiento rectilíneo uniformemente
acelerado con una velocidad inicial nula debe recorrer una distancia
proporcional al cuadrado del tiempo, siendo la constante de
proporcionalidad la aceleración dividida por dos. Usó un plano inclinado
con el que regulaba el tiempo de caída total de una esfera. Galileo
observó que los espacios recorridos rítmicamente (usó
tripas secas de gatos como topes) seguían una sucesión impar (1d, 3d,
5d, 7d...) de manera que la distancia total era igual al número de
tramos recorridos al cuadrado (1d+3d+5d+7d=16d =4²d=d(t/t0)²= a t²), lo
que se traduce en que el espacio recorrido es directamente proporcional al cuadrado del tiempo. A esto Galileo le llamó la ley de los números impares.
Mientras se debatía el modelo atómico, Rutherford
decidió bombardear con partículas alfa (con carga +2e y a alta
velocidad) una delgadísima lámina de oro (red cristalina de átomos). Lo
esperable, según el modelo atómico de Thomson, es que todas las
partículas alfa atravesaran la red de átomos bien por pasar entre ellos o
a través de ellos. Pero, unas pocas partículas se desviaban
significativamente de su dirección de incidencia, incluso rebotando
hacia atrás, retrodispersándose. Una vez descartado cualquier artificio
experimental, la única explicación posible es que dentro del átomo debe
haber algo que repele fuertemente las partículas alfa. Conociendo cómo
se dispersan las partículas alfa es posible medir el radio de ese
misterioso objeto: el núcleo atómico (con carga +Ze). Hay que saber que
un núcleo en un átomo es como una canica en el centro de un campo de
fútbol.
Dentro de un vagón de tren, si se observa que un péndulo,
inicialmente en reposo, se desplaza misteriosamente hacia atrás, el tren
estará acelerando. Si se desplaza hacia delante, estará frenando, y si
se desplaza hacia un lado, estará tomando una curva con una concavidad
contraria hacia donde se inclina el péndulo. En estos términos, Foucault
decidió utilizar un péndulo simple en oscilación para demostrar que la Tierra gira,
incluso pudiendo medir en qué latitud se realiza el experimento
(incluso hemisferio), sabiendo la velocidad de giro de la Tierra sobre
su propio eje.
Con sólo algo de trigonometría, en el siglo III a.C. un astrónomo,
poeta y filósofo griego logró medir el radio de la Tierra con bastante
precisión. En el solsticio de verano los rayos solares
inciden perpendicularmente sobre el Trópico de Cáncer, donde se
encuentra Siena (Asuán). En Alejandría, más al norte, Eratóstenes midió
la altura de una varilla y la longitud de su sombra proyectada, con lo
cual se puede determinar el ángulo formado con el plano de la eclíptica,
en el que se encuentran el Sol y la ciudad de Siena. Este ángulo es la
diferencia de latitud entre ambas ciudades. Conocida ésta se mide el
arco de circunferencia (aproximadamente 7,2º) y se extrapola el
resultado a la circunferencia completa (360º). Sabiendo que entre Siena y
Alejandría había unos 500 estadios y que ambas están aproximadamente en
el mismo meridiano, el resultado daba una medida para la circunferencia
terrestre de 39.614,4 kilómetros, frente a los 40.008 considerados en la actualidad, esto es, un error de menos del 1%.
A Galileo, Eratóstenes y Newton les bastaron elementos tan simples como las tripas de gato (un material que se utilizó para hacer cuerdas de guitarra), una simple varilla o un juguete popular allá por el siglo XVII, el prisma, para cambiar la visión del mundo.
1. La interferencia de la luz (Young, 1801)
M. RODRÍGUEZ
2. La difracción del electrón en una doble rendija (Jönsson, 1961)
M. RODRÍGUEZ
3. La descomposición de la luz solar (Newton, 1665)
M. RODRÍGUEZ
4. La torre de Pisa (Galileo, siglo XVII)
M. RODRÍGUEZ
5. La gota de aceite (Millikan, 1909)
M. RODRÍGUEZ
6. La balanza de torsión (Cavendish, 1798)
M. RODRÍGUEZ
7. El plano inclinado (Galileo, siglo XVII)
M. RODRÍGUEZ
8. El descubrimiento del núcleo (Rutherford, 1911)
M. RODRÍGUEZ
9. El péndulo de Foucault (Foucault, 1851)
10. La medición de la circunferencia terrestre (Eratóstenes, siglo III a.c.)
M. RODRÍGUEZ
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